En esta ocasión, os invito a reflexionar conmigo sobre el interés de cuestionarnos el valor de disentir, de expresar nuestro inconformismo y rebeldía de forma crítica contra las bases de un orden cultural y social que reproduce la manipulación, el conformismo con la mentira y la injusticia.
Te planteo la siguiente cuestión:
¿Qué conecta personalidades tan diversas como las de Cristo, Buda, Carlos Marx, Julian Assange, Noam Chomsky, Sócrates, Alexei Navalny, Teresa de Calcuta, y Pier Paolo Pasolini?
Yo diría su inconformismo, su voluntad de discrepar, de replantear y transformar las pautas culturales y sociales de su tiempo para perseguir una forma de vida más justa y honesta.
Sin embargo, las mismas estructuras de poder y cultura contra las que discreparon y se rebelaron acaban apropiándose de su legado despojándolo del profundo carácter liberador que representa como alternativa real al poder existente.
Te plante
¿Qué cone
Nuestra cultura los integra en su santoral académico, en un relato único y uniforme, en una forma de cultura homogénea que diluye lo disidente, lo alternativo, la rebeldía, el inconformismo, la esperanza en un mundo mejor, transformando su disidencia en información parcial adaptada a los intereses de los canales de televisión y de las editoriales de los libros. Y haciendo esto, terminamos reduciendo los mejores ejemplos de espiritualidad, ética y liberación en pura mediocridad, ajustándola a la cultura del entretenimiento de masas y a una educación que reproduce los intereses del poder establecido.
¿No piensas que, de alguna forma, caricaturizamos y mitigamos la fuerza del impulso liberador de estos disidentes, su carácter crítico y rebeldía contra el orden y poder al que se enfrentaron, y lo hacemos a base de acomodar su pensamiento y comportamiento a los parámetros de superficialidad, manipulación, mercantilismo y despersonalización de nuestra cultura?
En mi opinión, vivimos en un periodo en el que las estructuras culturales retroalimentan y promueven un tipo de sociedades que ahoga la libertad de discrepar, de reivindicar una identidad auténtica, una forma de conocimiento que defienda la búsqueda de la verdad permanentemente y un tipo de comportamiento moral que se sostenga en la compasión, la justicia y la solidaridad.
En la actualidad, nuestra cultura difunde a través de los medios de comunicación el poder de la violencia como forma de autoridad, el poder del egoísmo mercantilista para mantener a la mayoría de la población en situaciones precarias, de inestabilidad y dependencia ajustadas a un tipo de legalidad y dominio político que defiende la hegemonía del poder económico de las grandes corporaciones financieras.
¿No es cierto que este tipo de cultura, política y economía sostiene una forma de poder y organización social que se sirve del descontento e irresponsabilidad de los ciudadanos para alentar la demagogia de los populismos como antesala a mentalidades totalitarias que ya hemos sufrido en el pasado?
¿No es cierto que ese totalitarismo en tiempos diferentes adopta formas de presentarse distintas pero con el mismo fin de anular la libertad y exigir a la población devoción irracional a los líderes, sumisión a las ideologías y culto al orden, la tradición, los dogmas? Ese totalitarismo a veces encubierto por nuevas imágenes y escenarios es el mismo instrumento ideológico y cultural del mismo status quo que a lo largo de los dos últimos siglos ha impulsado la violencia y el fanatismo contra los disidentes, contra quienes discrepan de su verdad y su moralidad y denuncian su ideología como falsa, manipuladora y despiadadamente egoísta.
En el siglo XIX, Hegel ya dejó claro que el poder de quien esclaviza se sostiene en la mente del esclavo. En el siglo XX, Paulo Freire sostuvo algo similar, esto es, que el poder del opresor radica en la mente del oprimido y, ésta, a su vez, es fruto de su educación. A lo que añadió, que sólo una educación liberadora de la opresión del egoísmo puede abrir la esperanza a una sociedad que defienda la dignidad de los oprimidos y, por tanto, su libertad.

Pero dudo que a las estructuras de poder que marcan las pautas de nuestra cultura y sociedad le interese promover una educación liberadora. Más bien, pienso todo lo contrario. Las sociedades capitalistas actuales están tomando unos derroteros “ultramercantilistas” defendidos tanto por el neoliberalismo como por las llamadas “nuevas izquierdas”. Unos y otros desean formar parte de gobiernos para actuar con sumisión y adquirir privilegios ante las mismas estructuras de poder, a base de integrar dinámicas populistas y manipulación en el quehacer político cotidiano, que acaban incrementando la miseria de quienes más sufren y el elitismo de quienes tienen todo.
En la actualidad, el valor de la disidencia filosófica (como ya manifestaron Theodor Adorno y Max Horkheimer) reside en habilitar una conciencia y ética individual y dinámicas sociales, que sirva de refugio e inspiración a la libertad y al verdadero humanismo.
Hoy, como siempre y más que nunca, es necesario discrepar del egoísmo competitivo, individualista, alienante y cargado de violencia que percibimos en la sociedad y la cultura de la que formamos parte. Es esencial impulsar un tipo de ciudadanos que identifiquen su libertad con la defensa de la libertad de todo ser humano, que no se dobleguen ante la manipulación de la demagogia ideológica que ahoga al pensamiento crítico, esa demagogia retórica que nos hace olvidar el deber espiritual de ser conscientes y responsables con nuestra propia identidad como seres exclusivos e irrepetibles, de seres con el derecho y deber de esforzarnos por desarrollar una vida tan plena y emancipada como nos sea posible ayudando a los demás a hacer lo mismo. Y esto, requiere no permitir a ninguna forma de poder, sea político, cultural, espiritual, económico o de otro tipo, enajenar la conciencia y voluntad individuales, apoderarse y manipular nuestra conciencia como seres libres, independientes y responsables de nuestro destino.
¿No estás de acuerdo conmigo que defender nuestra emancipación como ciudadanos nos exige profundizar en las posibilidades de libertad, verdad y justicia a base de cuestionar la información, los valores, convenciones y normas que han acosado a la humanidad históricamente?
De manera global, se extiende por todo el planeta una cultura de masas conformista, un pensamiento único y gregario dominado por cierta inmadurez, narcisismo y superficialidad que nos hace entender la realidad bajo ilusiones colectivas que nos invitan a pensar sólo en el presente, adoptando lo más ajustadamente posible el rol de éxito social, despreocupándonos de lo incierto y de la vulnerabilidad de nuestro destino personal y común como seres humanos.
Participamos de una cultura de masas que extiende el olvido de las verdaderas prioridades humanas, como sostener una vida libre y emancipada, que acabe con las guerras, la esclavitud, las muertes por hambrunas, la destrucción del medioambiente, el calentamiento global y la miseria extrema. Y, por el contrario, esta cultura de masas nos disuade para reconocernos en una mentalidad y opinión pública que acuña un consenso uniforme y global generado por la publicidad, la manipulación de las verdades a medias de los informativos y la retórica demagógica de repetir los estereotipos, tópicos y estadísticas interesadas una y otra vez.

Padecemos unos medios de comunicación de masas que producen información y generan mentalidades acríticas al servicio de quienes financian esos medios de comunicación. Se han convertido en simples agencias ideológicas y títeres que informan acallando a quienes discrepan y se rebelan contra la mediocridad, crueldad y conformismo que guía la cultura contemporánea. En esa sociedad de masas estimulada por los medios de comunicación, el consenso de la opinión pública acaba siendo simple enajenación de las responsabilidades de la ciudanía en manos de la tecnocracia del poder político que sirve y depende, en líneas generares, de la autoridad del poder económico.
No creo que sea difícil percibir que son las propias estructuras de poder las que anulan la fuerza de la disidencia, de la crítica y la rebeldía integrándolas como mercancías en nuestra cultura, como relatos que forman parte del propio sistema que se describe y se predica como el único verdadero, legítimo, sin alternativa posible.
De esta manera, nos encontramos con que la cultura del poder tiende a reprimir en las personas el desacuerdo, el disenso, despojándolas de su autenticidad, espiritualidad, coherencia, responsabilidad, discrepancia, alteridad y poder liberador, transformador, esto es, alienando su fuerza emancipadora, su esperanza en una forma de existencia alternativa en la que cada persona, cada conciencia, se perciba como el único refugio posible para la libertad, la verdad y la solidaridad del resto de seres humanos.
Parece ser que participando en la cultura de masas como lo hacemos reproducimos la presencia de los totalitarismos que inspiraron la Segunda Guerra Mundial, colaboramos con las estructuras de poder político y económico que esconden su carácter totalitario en los movimientos y retórica populistas que se presentan a sí mismos como alternativa al poder. Esto es, el poder que presenta a sus marionetas como alternativa a sí mismo.
Para terminar, te pregunto si no te parece extraño y contradictorio que quienes se presentan como alternativa al poder político existente defiendan las mismas estructuras de poder que sus precedieron en el gobierno. ¿No es el populismo actual ejemplificado por políticos como Milei, Donald Trump, Chávez o Viktor Orbán una vuelta más del viejo deseo de poder totalitario que amenaza los residuos de libertad y humanismo que se refugian en la disidencia, rebeldía y crítica de quienes salvaguardan la libertad de los individuos en defensa de la dignidad e integridad de de toda la humanidad?