Una de las posibles respuestas para la pregunta "¿por qué es importante la filosofía en la sociedad en la que vivimos?" puede ser que la filosofía es importante en tanto que es capaz de mantener viva la voluntad individual y social de liberar al ser humano de aquellas fuerzas culturales e históricas que inducen a las personas a convertirse e identificarse con simples animales, objetos, mercancías, esclavos. En otras palabras, personas que se convierten en instrumentos o medios para ser utilizados bajo los intereses egoístas y la manipulación de otras personas más poderosas.
Diría que, a pesar de que pueda parecer bastante general e imprecisa, la pregunta "¿qué es lo más importante para las personas?", resulta fundamental para todo ser humano cuestionárselo en tanto la interpretemos desde una postura liberadora. Esta pregunta reclama respuestas que se refieren a toda la humanidad, no a individuos específicos en momentos particulares. Por lo tanto, podría plantearse como: “¿qué es crucial para todos los seres humanos?”, “¿qué es esencial para todas las personas sin importar sus circunstancias?”, “¿qué es necesario que todas las personas sean consciente en la actualidad?”.
Voy a argumentar que lo más importante para un ser humano es considerarse un ser humano. Es decir, un animal cuya naturaleza (además de su dimensión biológica) consiste, esencialmente, en ser el resultado de la libertad y la cultura que ha desarrollado como especie y caracteriza exclusivamente al universo humano.
¿Por qué es tan importante reflexionar hoy sobre esta cuestión? Porque, en mi opinión, en términos generales, estamos creando (algunos conscientemente, otros inconscientemente) una cultura basada en un desarrollo erróneo y malicioso de la mentalidad utilitarista, hedonista y comercial que lleva a las personas a un proceso de deshumanización en el que los seres humanos pueden llegar a ser entendidos como simples animales y ser utilizados como mercancías (esclavos), despojando a la libertad de las personas del vínculo ético esencial entre racionalidad y moralidad. Es decir, desmantelando del sentido de identidad humana responsabilidades morales como defender la compasión, la dignidad de todas las personas, el respeto, la coherencia , la conexión entre los derechos individuales y la universalidad de la condición humana... (pilares necesarios para sustentar la defensa de los derechos humanos universales).
Actualmente, las organizaciones más poderosas, sobre todo en el ámbito económico y político, están utilizando los medios de comunicación, la educación institucional y no formal, el derecho, la economía, etc., para manipular a las personas y alejarlas de sus deberes y derechos. Manipulan a la población para distraer a la gente de lo más importante para cualquier ser humano según lo exige la razón desde una perspectiva moral, es decir, defender nuestras libertades y derechos sociales e individuales de forma racional y crítica.
Nos distraemos pensando y hablando de cosas irrelevantes relacionadas con el universo de la cultura de la evasión y el ocio (fútbol, series de televisión) y nos preocupamos y actuamos en función de la información sesgada y manipulada que recibimos de los medios de comunicación. Los medios de comunicación de masas (televisión, radio, internet, etc.) son uno de los principales agentes de socialización de la población, y utilizan su enorme poder educativo y de influencia sobre la ciudadanía para distraerla de sus responsabilidades morales esenciales y, en su lugar, promueven la necesidad obsesiva de consumir. En lugar de fomentar una mentalidad racional, crítica y moral, inducen a las personas a actuar como individuos cuyo comportamiento y existencia adquiere sentido esencialmente a través del acto de consumir, esto es consumir objetos, información, modas, ideas, estudios, viajes, valores, nuevas tecnologías, etc., de manera adictiva y compulsiva. Los medios de comunicación nos enseñan actualmente a través de sus imágenes, información y ocio que hay diferentes tipos de ciudadanos (que no todas las personas tienen la misma dignidad y derechos), unos que satisfacen las demandas de una sociedad estructurada primordialmente por los intereses del mercado. Estos ciudadanos responden a las expectativas de una imagen de persona con éxito económico y consumista (integrado y bien considerado en la propia comunidad), y ciudadanos que no se adaptan al criterio consumista y de éxito económico, que pasan a ser pobres, desfasados, a ser percibidos como fuera de lugar en su propia comunidad, pasando a sufrir ostracismo, aislamiento y perdiendo derechos.
Al aceptar este criterio consumista, hedonista y mercantilista del ser humano, al enajenar nuestra esencia como personas, es decir, al olvidar las responsabilidades que nos impone nuestra racionalidad moral, y al sustituirlas por la distracción y el consumismo compulsivo, las personas están confundiendo y transformando los fines en medios y viceversa los medios en fines.
La mentalidad utilitaria, hedonista y comercial que guía nuestra cultura a través de los medios de comunicación y otras formas institucionales de organización social está cambiando nuestra percepción de lo que son las personas y los valores que deben guiar nuestra cultura. Presenta la felicidad como la meta última identificándola con satisfacer el deseo de consumir en función de los intereses de los mercados. Se trata de una felicidad momentánea que proporciona cierta seguridad, satisfacción y reconocimiento social a través del consumo pero que resulta insuficiente para quienes vinculan su propio destino y dignidad con el de otros seres humanos y buscan satisfacer una felicidad más profunda vinculada con el desarrollo de las capacidades humanas, no esencialmente a través del pragmatismo egoísta e individualista, sino afianzando esa felicidad en un tipo de identidad que exige promover nuestro desarrollo y bienestar impulsando el desarrollo y bienestar todos en coherencia con una racionalidad afianzada en un comportamiento moral coherente. El tipo de felicidad consumista e individualista que satisface a un número importante de personas es insuficiente para la mayoría de la población que percibe cómo el consumismo afecta a su vida negativamente rodeándola de incertidumbre, infelicidad, desamor, relaciones superficiales, falta de compromiso con sus comunidades, desasosiego y falta de interés por el sufrimiento de otras personas..
La pobreza, la destrucción ambiental, las guerras y la violencia, el hambre, el aislamiento, el desempleo, el miedo, los suicidios, la inseguridad y la incertidumbre son algunas experiencias que crecen a nivel mundial para un gran número de personas y, al mismo tiempo, hay un grupo cada vez más reducido de personas que mejora drásticamente su estado de bienestar.
En cierta medida, gran parte de la alienación y autodestrucción de las personas se debe a que no tomamos conciencia de las consecuencias de nuestros actos, y de las responsabilidades y capacidades que implica ser libres, no sólo para consumir sino también, y sobre todo, para defender la dignidad humana, la justicia, la igualdad, el amor, la compasión, la tolerancia. La libertad es mucho más que elegir entre consumir una cosa u otra (ideas, creencias, comunidades, propiedades, información, ideologías políticas, lugares para visitar, canales para ver la televisión, un equipo de fútbol...). La libertad es también, y sobre todo, una capacidad humana de ser uno mismo. Ser libres nos exige plantearnos con actitud moral y racional preguntas como "¿Cuáles son mis prioridades como ser humano?" y ser consecuente con la respuesta desde un punto de vista moral. Es decir, madurar nuestra ética racional y comportamiento moral para tomar conciencia de las consecuencias de nuestros actos y actuar en coherencia para afianzar nuestra libertad promoviendo la de todo ser humano.
En nuestra cultura utilitaria, consumista y hedonista gran parte de la población vive una existencia alienada, distraída, despreocupada de sus prioridades como seres humanos, incapaces de ser consecuentes entre lo que exige su razón ética y lo que hacen. Incluso en las democracias, los ciudadanos son incapaces de desarrollar una personalidad activa y coherente para controlar su destino individual y social. En parte, como consecuencia de que las élites políticas y económicas lo impiden promoviendo la idea de que el activismo político en democracia prácticamente se reduce a votar en tiempo de elecciones, delegando (enajenando) la voluntad de los ciudadanos en las élites políticas que se han convertido en los principales defensores de los intereses de esa mentalidad utilitarista, hedonista y mercantilista. Como consecuencia, en las últimas décadas experimentamos mundialmente el resurgimiento de un nacionalismo con tintes irracionales, violentos, populistas y totalitarios guiado por líderes que desprecian la libertad individual basada en el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano.
En mi opinión, en la actualidad, lo más importante para un ser humano es considerarse a sí mismo un ser humano. Comprender el significado profundo y el potencial de este hecho conlleva reconocer que las personas recrean su destino con cada acción que realizan y que, en contraste con el resto de los animales, podemos elegir nuestro destino de acuerdo con parámetros racionales y morales que empoderen a los individuos y las comunidades a tomar conciencia de su verdadera naturaleza y capacidades.
No traicionar la identidad humana exige una serie de actuaciones morales como resistirse a reconocer a las personas como simples animales, mercancías u objetos; dar ejemplo de moralidad racional en nuestros actos; empoderar a las personas con la confianza necesaria como para creer que sostener valores éticos como la libertad, la igualdad, la justicia, la compasión y el esfuerzo perseverante, entre otros, les capacita para afianzar dignidad como clave para entender qué es un ser humano; y, por último, encontrar formas de liberarse del abrumador proceso de alienación actual y de centrar nuestro interés y atención en las prioridades esenciales que establece una racionalidad basada en criterios morales.
La filosofía, especialmente desde la ética, desarrolla un papel clave en la educación para mantener alerta a la opinión pública sobre cuáles son las prioridades para defender la libertad de los ciudadanos como personas. Existe una corriente ideológica global e institucional basada en una mentalidad utilitarista, hedonista y consumista que promueve un proceso de alienación social y deshumanización, que necesita ser corregida reivindicando una racionalidad ética capaz de enfrentarse al proceso deshumanizador que socialmente experimentamos en la actualidad.