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crespo cabornero
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14 de Agosto, 2023 · General

Banalización del ideal de identidad como persona en la cultura contemporánea

No pretendo ofreceros un análisis exhaustivo de nuestra cultura, sino una imagen crítica de su dimensión consumista centrándome en tres aspectos: uno, egocentrismo y conformismo; dos, superficialidad y simplismo; tres, carácter manipulador y destructivo. Además, explicaré brevemente el concepto de cultura conectándolo con el proceso de socialización y educación..

Empezaré señalando que estoy de acuerdo con las denuncias de Abraham J. Twerski en sus escritos al indicar como un problema esencial de nuestra cultura la banalización del ideal de identidad de la persona, y cómo este problema está relacionado con una forma de cultura en la que los individuos asimilan actitudes propias de los enfermos drogodependientes que ven abocadas sus vidas hacia una progresiva autodestrucción sin llegar a ser conscientes y coherentes con el hecho de que la solución y  el mal que arruina su existencia depende en último término de ellos mismos. 

¿En qué elementos socioculturales podemos reconocer esta banalización del ideal de identidad como persona? ¿Qué hace que no reaccionemos drásticamente en contra y, por el contrario, colaboremos con una cultura que representa una amenaza de autodestrucción de valores como la dignidad, la responsabilidad y la libertad individuales, la igualdad de derechos y la solidaridad? ¿Qué causa la alienación de sujetos individuales (como tú o yo) que, pese a que nos veamos envueltos en una cultura que dificulta nuestra capacidad de autodeterminación y nos anula como sujetos libres y responsables, sigamos sin reaccionar? ¿Cómo debemos actuar para acabar con este mal que hemos identificado?

La cultura mercantil global del hiperconsumismo en que estamos envueltos se caracteriza por convertir a los individuos en verdugos y víctimas de su propia adicción a una forma de vida despersonalizada, egocéntrica y simplista que identifica la felicidad y la libertad individual con el consumo. Una cultura consumista que diluye y desplaza el interés por la autodeterminación personal, por comprometerse con la difícil y compleja tarea que conlleva el esfuerzo y responsabilidad individual de intervenir en las circunstancias que nos rodean para afianzar una forma de existencia con mayor grado de dignidad para los demás y para nosotros. Esto es, una cultura que promueve comportamientos generales basados en la vacuidad, dependencia y sumisión a los intereses del mercado y desvaloriza el esfuerzo personal por defender que los individuos sean dueños de su propio destino.

Lo que llamamos cultura cubre todo ese trasfondo que, junto a la libertad, constituye el soporte de la esencia humana que nos distingue del resto de los seres vivos y nos hace radicalmente distintos a los otros animales. Cultura es todo aquello que somos pero no hemos heredado genéticamente y que, por tanto, es el resultado de nuestro aprendizaje. La inmensa riqueza de todo lo que constituye la cultura (lenguajes, costumbres, creencias, tradiciones, leyes…) es el resultado de un proceso complejo de educación que se extiende por un ámplio sistema de socialización a través del aprendizaje en la familia, la escuela, los medios de comunicación de masas y todos los ámbitos de interacción comunitaria. El aprendizaje permanente de nuestras experiencias cotidianas es la base de nuestra educación en cualquier edad y, por tanto, el soporte de la cultura social que compartimos.

(Segismundo y la desrealización a Despersonalización. Ethos Psicólogos)

¿Cómo es ese aprendizaje, esa educación que conforma la cultura actual a través del proceso de socialización que realizamos con nuestras interacciones cotidianas?

La cultura consumista retroalimenta una dinámica educativa (dentro y fuera de las aulas) sobre todo a través de los medios de comunicación de la masas y, especialmente, a través de internet, promoviendo actitudes egocéntricas, superficiales, simplistas, manipuladoras, que estimulan las respuestas emocionales e ignoran el esfuerzo racional por organizar una vida plena.

En primer lugar, es una cultura egocéntrica y conformista porque presenta como prioridad la satisfacción personal sin responsabilizarse de las consecuencias de nuestros actos más allá de la circunstancia momentánea en la que vivimos. En general, identifica felicidad con un tipo de satisfacción placentera y puntual, como el efecto de un analgésico dirigido a aliviar nuestro sufrimiento momentáneamente.

Es una cultura conformista, que impulsa la devaluación de valores como la compasión, la magnanimidad, la solidaridad, el esfuerzo por corregir la injusticia. Y, por el contrario, fomenta el olvido, la soledad, frustración y sufrimiento de los más pobres, una cultura que potencia el poder y riqueza de élites empobreciendo y extendiendo la miseria, la inseguridad y el sufrimiento de la mayoría.  

Segundo, es una  forma de cultura superficial y simplista porque reduce el valor de las personas a su capacidad para consumir. Es una cultura que fomenta el poder de las imágenes, las apariencias, las relaciones superficiales, los estereotipos, el espectáculo como aproximación a la realidad, la distracción, la evasión, lo efímero, el impulso a considerar todo renovable y rápidamente obsoleto y desechable, la percepción de que hay soluciones fáciles para problemas complejos, la propaganda como forma de comunicación y formación, la creación de hábitos y liturgias públicos y privados que reducen nuestras discusiones y preocupaciones inmediatas a un diálogo superficial que pone atención a un calendario consumista de días de regalos, de compras, eventos televisivos deportivos, concursos, noticias, donde todo posee una estructura que se repite, siempre presentando los mismos mensajes optimistas o de catastrofismo simplones, unos slogans o estribillos de ideas que se repiten todo el tiempo, que persuade a base de la repetición permanente de la misma fórmula y discurso en canciones de verano, imágenes, publicidad, películas de superhéroes, videos en internet, chats, artículos de blogs o posts… Todo ello es una forma de ocultar nuestra alienación, de narcotizarnos, esto es, representa una pérdida de sensibilidad, de conciencia, de voluntad, de capacidad y energía para enfrentarnos a las causas reales de nuestros problemas esenciales y a la responsabilidad de comprometerse con la búsqueda de soluciones efectivas.

En tercer lugar, la cultura consumista actual es manipuladora, promueve las respuestas emocionales, la violencia, el miedo, el tribalismo sectario y la autodestrucción en detrimento de la reflexión individual sosegada y la búsqueda honesta de una vida plena. Nuestra cultura diseña las relaciones humanas desde el prisma del marketing consumista convirtiendo tanto a las personas como a sus relaciones en mercancías que adquieren interés y sentido en función de su capacidad de venderse, de ser consumidas. El objetivo es seducir, convencer engañando si es necesario, devaluando la argumentación racional sosegada que atiende a la complejidad de la realidad, desvirtuando la madurez de la autonomía frente a la inmadurez de la dependencia. En este tipo de sociedad se favorece que los individuos seamos fácilmente permeables a la propaganda engañosa de los poderes políticos y económicos que presentan discursos populistas, manipuladores, favoreciendo que los ciudadanos se agrupen en torno a ideologías, creencias, equipos deportivos, comunidades sostenidas en redes sociales, tiendas, terapias o aficiones… a los que defienden porque subordinan su identidad a la pertenencia a ese grupo, dependen de ese grupo para reconocerse como valiosos, su grandeza no está en lo que son por lo que hacen sino en lo que otros les reconocen, en la adulación interesada. Sin el reconocimiento ajeno del grupo se ven anulados, pierden su identidad y sentido.

Y, de la misma manera, la cultura consumista promueve un egocentrismo que nos lleva al autoengaño, a la incoherencia, a desvincularnos de quienes demandan de nosotros un espíritu crítico, racional y emancipador. Nos volvemos adictos a programas, a canales que se especializan en ofrecer lo que les da más audiencia, a comunidades que no nos contradicen, que estimulan que nos reafirmemos en los tópicos autocomplacientes y aduladores hechos a la medida de nuestra ceguera narcisista. 

(La sociedad del consumo, según Zygmunt Bauman)

Para concluir, comentaré que existe la posibilidad de que nos empeñemos en hacer de la cultura una realidad bien diferente a la descripción que he ofrecido hasta ahora. Podemos esforzarnos por crear con nuestros actos una forma de cultura que afiance hábitos y actitudes críticas y emancipadoras haciendo prevalecer nuestra madurez como ciudadanos conscientes y responsables de la importancia de nuestros actos en la construcción de una cultura que promueva la fortaleza de individuos que reconocen su libertad y felicidad en la promoción de la libertad y la felicidad del resto de personas y, muy especialmente, en la de los más pobres y desfavorecidos de la dinámica social de la que formamos parte.

publicado por crespocabornero a las 05:43 · Sin comentarios  ·  Recomendar
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