La filosofía impulsa una forma de interrogarnos sobre las cuestiones más importantes de la vida que nos hace buscar la verdad como actitud permanente de evitar mentiras, autoengaños, ignorancia, supersticiones, prejuicios, intentando arrojar más claridad, mejor comprensión, en torno a nosotros y nuestra relación con el mundo en que vivimos.
Cómo ha comentado Fernando Savater sobre este tema, podemos distinguir entre preguntas filosóficas e instrumentales. en las preguntas instrumentales, del tipo ¿qué hora es? una vez que conoces la respuesta, satisfaces tu interés y diriges tu atención a otro asunto; sin embargo, en las preguntas filosóficas, por ejemplo, si me pregunto ¿qué es el tiempo?, no tienen dimensión práctica, mi vida seguirá igual independientemente de las respuestas. Pregunto no para conseguir algo, bajo un utilitarismo práctico más o menos inmediato, para manejar la información como una herramienta que me sirve para hacer algo sino, más bien, para saber cómo soy, quién o qué tipo de ser soy.
Las preguntas filosóficas no van dirigidas a saciar nuestro interés con una respuesta o información determinada sino, por el contrario, van dirigidas a estimular nuestro deseo de seguir preguntando, de continuar alimentando la curiosidad de querer saber más. En definitiva, nos despiertan más interés. Además, de alguna forma, son preguntas que nos acompañarán toda la vida sin que alcancemos respuestas definitivas para ellas. (Fernando Savater)
Otro rasgo de las preguntas filosóficas es que nos hacen vivir más conscientemente, más alerta, más apasionadamente, más intensamente y, en parte, esto es así porque la filosofía surge como un acto de admiración y apasionamiento hacia el hecho de estar vivo y afrontar la realidad que experimentamos, que nos mueve a desear vivir más arriesgadamente, más a propósito, en lugar que actuar simplemente imitando lo que hacen todos, reproduciendo los esquemas que nos dan, ya sea por rutina o intimidación.
Una característica más es que son preguntas que sin perder su carácter histórico, cultural y social, tienen una dimensión individual ineludible, nos vemos empujados a responder ese tipo de preguntas por nosotros mismos para profundizar en el conocimiento de nuestra identidad y realidad, de nuestra condición de seres libres que necesitan dar sentido a sus vidas cuestionándose todas las coordenadas y estructuras que aparecen como verdades o realidades establecidas. Por ejemplo, cuestionando si las ideas o modelos de felicidad, Dios, muerte, educación, política, etc., consisten en lo que la mayoría de la gente dice que son. De esta manera, podemos plantearnos el interrogante ¿La educación, la política, el trabajo, la ciencia y la región tal y como las experimentamos habitualmente se vienen convirtiendo en una forma de dominio, distracción y control más que en estructuras dirigidas a potenciar la dignidad, libertad, madurez y fraternidad de las personas?
La actitud filosófica que nos mueve a querer saber más no se refiere sólo ni esencialmente a tener más información del tipo de datos de una enciclopedia que nos describe lo que hay en el mundo sino, más bien, nos mueve a indagar sobre cuestiones como: ¿qué es lo más importante para nosotros?, ¿cuál es el sentido de nuestra vida?, ¿qué hace de la vida que merezca la pena ser vivida?, ¿actúo coherentemente con la distinción que hago entre lo que es el bien y el mal?
La indagación filosófica es necesariamente humilde, modesta, requiere de cierto escepticismo sobre sus posibilidades de conseguir respuestas definitivas. Gran parte de su motivación se sostiene en la duda y la necesidad de tener que replantearse esas dudas esenciales para seguir viviendo de la mejor manera. De ahí, que podemos añadir como otro factor propio de las preguntas filosóficas el hecho de que desprecian las respuestas y el saber con carácter dogmático, narcisista, egocéntrico, fantasioso, manipulador, que se sostiene en la pereza, el fanatismo, la cobardía o inmadurez.
Yo diría que las personalidades filosóficas más interesantes no son sólo ni esencialmente aquellas que ofrecen respuestas y explicaciones sino, más bien, quienes saben realizar las preguntas adecuadas para interesar a otros por conocer e interrogarse de manera más profunda, independiente y crítica.
A lo largo de la historia de la filosofía occidental, yo distinguiría tres grandes periodos que han situado el núcleo de sus preguntas filosóficas en torno a tres planteamientos de interpretación de la realidad. Uno, el que se inaugura con el nacimiento de la filosofía en la Grecia antigua, que se pregunta esencialmente por la naturaleza de la realidad en torno a lo que cambia, bien porque permanece en el cambio, bien porque se transforma, se hace diferente frente a lo demás. Un segundo gran periodo, que abarca toda la Edad Media y se prolonga debilitándose progresivamente desde el Renacimiento hasta la Ilustración, en el que las preguntas filosóficas se esfuerzan por escudriñar la conexión entre la realidad y Dios desde la perspectiva cristiana. Y, por último, en la filosofía contemporánea que comienza en el siglo XIX y se extiende hasta hoy, que focaliza sus preguntas en torno a la libertad humana para interpretar y transformar la realidad.
Las preguntas filosóficas abarcan toda la realidad en su complejidad interrogando sobre campos tan diferentes como el de la ética, antropología, ciencia, religiones y metafísica, estética, política, tecnología, historia, etc.
Algunas preguntas filosóficas están construidas sobre errores de forma, confusiones conceptuales o, simplemente, por ignorancia, de ahí que induzcan a confusiones. Un ejemplo, es el caso típico de quien confunde la pregunta por la libertad de los individuos con la omnipotencia de estos, ignorando el hecho de que la libertad humana consiste en querer e intentar realizar algo, pues no tenemos la capacidad mágica de ser lo que deseamos cuando nos apetece, este fenómeno mágico de omnipotencia no es un rasgo humano, más bien es divino o fantasioso. Nadie es libre de convertirse realmente en un héroe de ficción como supermán, pero puedes ser libre de quererlo o no.
Otros muchos tropiezos que realizamos al hacernos preguntas filosóficas están conectados con la confusión entre conceptos o ideas con los fenómenos reales conectados con la vida humana y los grados o circunstancias en los que estos se experimentan; por ejemplo, ante preguntas del tipo ¿existe la justicia?, obviamente, lo que existen son personas que sufren o producen actos más o menos justos en diferentes grados bajo ciertas circunstancias, pero la justicia ideal en sí es un concepto abstracto o idea inmaterial que no puede existir como los hechos, actitudes o sentimientos concretos.
Tres de las preguntas filosóficas más famosas son las que atribuimos a I. Kant, estas son: ¿qué podemos conocer?, ¿cómo debemos actuar para hacer lo correcto? y ¿qué nos cabe esperar de nuestro quehacer a lo largo de la vida? Para Ortega y Gasset, deberíamos preguntarnos ¿cómo interpretamos racionalmente el hecho de vivir en nuestras circunstancias? Dos de las preguntas éticas más repetidas a lo largo de la historia son ¿cómo debemos actuar para vivir mejor como individuos y sociedades? y ¿qué debemos cambiar para promover ese amor que se basa en la compasión y evitar el egoísmo? Pero, sin lugar a dudas, la pregunta más famosa de la filosofía que, de una u otra forma, se relaciona con todas las demás, tiene que ver con el aforismo griego “conócete a ti mismo”, inscrito en el Templo de Apolo de Delfos, que nos mueve a “cuestionarnos sobre nosotros mismos”, a interrogarnos sobre los posibles sentidos de la vida de cada cual y a enfrentarnos a la alienación que destruye la esencia de la condición humana, que pudiera ser considerada como la causa esencial de todos los males que azotan la historia de la humanidad.
Para finalizar, te recomiendo como lectura sobre este tema el libro: Las preguntas de la vida, de Fernando Savater (ed. Ariel), y La ética en 100 preguntas, de Luis María Cifuentes (ed. Nowtilus).
