FILOSOFÍA VERSUS FANATISMO

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Algunas de las contradicciones históricas más graves a las que nos enfrentamos diariamente son producto del fanatismo apoyado por otros vicios similares que, generación tras generación, se empeñan en mostrarnos la cara más terrible y sórdida de una cotidianidad que nos empuja a preguntarnos filosóficamente el porqué de lo que sucede.

Cuestionarnos el porqué de la incapacidad de acabar con las guerras y la violencia para resolver los conflictos; el hecho de que en un mundo tecnológicamente superdesarrollado miles de personas se mueran de hambre diariamente; la discriminación por razón de género o de otros tipos, más un largo etcétera de realidades desconcertantes, en cierto modo, está ligado al sentido de la razón de ser de la filosofía ¿Estas de acuerdo?  

La filosofía y el fanatismo conforman un cierto duelo y dualismo dialéctico que los enfrenta como polos opuestos de una brújula que ha venido impulsando culturalmente muchas de las argumentaciones históricas. Son dos actitudes humanas opuestas, que nos acompañan y nos empujan a ser y actuar de una manera u otra. El fanatismo proclamando que representa la única verdad posible, que todos deben aceptar y, de frente, la filosofía que defiende que discernir qué sea la verdad o la solución a cualquiera de los problemas sociales requiere del compromiso conjunto de la ciudadanía tanto para mantener la pluralidad de perspectivas como para buscar soluciones a través de un trabajo intenso que incluya un debate racional y crítico permanente en búsqueda de consensos, esto es, acuerdos con la voluntad de identificar y promover el mejor bien posible para todos.  

El fanatismo es definido por Fernando Savater como una actitud que consiste en “querer la destrucción (eliminación) de los que no piensan como tú”. La filosofía sostiene lo contrario que el fanatismo, esto es, que cualquier verdad adquiere un sentido completo en la argumentación frente a otras alternativas, perspectivas y posturas. O sea, que se necesita de las otras opiniones para estimular y mejorar la propia búsqueda de la verdad. Efectivamente, la filosofía que no es esencialmente una explicación descriptiva de la realidad (del tipo de “la superficie de la mesa es plana y rectangular) sino, que más bien, es argumentativa y dialéctica, esto es, que su explicación necesita incluir otras propuestas alternativas racionales que cuestionen de forma crítica y mejoren la reflexión de lo que se expone. No es que la filosofía no defienda la verdad, por el contrario su objetivo es la verdad, pero reconociendo que la verdad es “huidiza”, que la trampa más habitual es la ceguera que nos impone el autoengaño narcisista del fanatismo y, a diferencia de él, la verdad filosófica se encuentra sólo en la búsqueda permanente compartida, reconociendo la diversidad de perspectivas, en la curiosidad, en la investigación conjunta de propuestas alternativas. 

En pocas palabras, para la filosofía, la verdad y la solución a los problemas humanos son fenómenos complejos que requieren, como mínimo, el doble esfuerzo personal de, primero, saberse parte del problema y de la solución; segundo, saber que la libertad e individualidad de cada persona dan el derecho y la responsabilidad como ciudadanos de participar en la búsqueda de la verdad y del bien común exponiendo sus perspectivas peculiares y alternativas sin verse acallados por ningún dogma al uso.   

La argumentación filosófica parte del hecho de que todo fenómeno humano es tremendamente complejo, relacionado con muchos ámbitos, es circunstancial y, por tanto, histórico. Esto es, frente a acontecimientos tan actuales como salvajes como el asesinato de inocentes, el olvido del sufrimiento de semejantes, o la destrucción del bien común (por ejemplo, del medio ambiente) como resultado de comportamientos egoístas y fanáticos, la filosofía nos indica que la realidad puede ser diferente si nos enfrentamos a ella de otra manera, pues la realidad es fruto de nuestros pensamiento, emociones, voluntad y acciones.

La filosofía sitúa al fanatismo en una esquina del ring dialéctico y argumentativo, y le dice “vamos a debatir qué hay y cómo debemos actuar”. Y, mientras lo hace, examina la compleja anatomía de su contrincante (el fanatismo) que se caracteriza por su dogmatismo, esto es, por la certeza de sus principios y la voluntad de imponer a otros su propia verdad. Por querer defender su perspectiva con cerrazón, obcecación, de forma obstinada, y con indiferencia e impermeabilidad a otras alternativas que cuestionen su posición. Además, la filosofía percibe en su escaneo del fanatismo que contiene radicalismo y extremismo, que en muchas ocasiones se muestra en dualismos del tipo de “buenos y malos”, “amigos o enemigos”, “correcto o incorrecto” dejando fuera el equilibrio del término medio, de los matices, los grados. A lo que se suma cierta tendencia a la violencia, a la agresividad, a la aniquilación del adversario, con otras palabras, el fanatismo hace gala de su intolerancia contra la diversidad, rechaza la libertad ajena, sólo tolera la libertad de adherirse a su opinión o creencia.

Digamos que para la filosofía que es esencial resaltar la complejidad de los acontecimientos humanos, el fanatismo interpreta la verdad y la realidad, por un lado, de forma reduccionista, la simplifica al antojo del ego personal que se niega a que le lleven la contraria a base de dar razones irracionales, o sea, de razones que rechazan reconocer la diversidad de intereses, posturas, creencias, formas de ser, etc. Y por otro, es una forma de interpretar que justifica cualquier medio, incluido los genocidios y la esclavitud, para conseguir el fin egoísta de someter a los demás a la idolatría de la propia voluntad. De ahí, que el fanatismo se codee con fundamentalismos y totalitarismos de todo tipo y con la voluntad de someter, de buscar actitudes acríticas, permisivas con la injusticia y la irracionalidad. No es difícil encontrar muchas más características, pero no conviene dejar de mencionar una curiosidad más que envuelve al fanatismo, que es su carácter contagioso y de sumisión y dependencia del grupo, de sectarismo, su visceralidad, de carácter emocional que mueve a dejarse arrastrar por el grupo, su gregarismo, su culto del líder y desprecio por la diversidad individual y la libertad.

Todo individuo y toda sociedad han formado parte de la argumentación histórica para tratar de vislumbrar la verdad, de entender en qué consiste vivir y actuar correctamente, unos defendiendo posturas fanáticas otros promoviendo la libertad de cualquiera a base de afianzar la libertad de todos sin excepción. La argumentación filosófica no sólo radica en una mera reflexión intelectual y en la búsqueda de un consenso para el bien común a base de palabras, sino también y, sobre todo, en su moral, en sus acciones, en su forma de actuar, de vivir en coherencia con su conciencia racional y su espíritu de libertad personal sostenida en la defensa de la libertad de todos.

La solución a cualquier problema está, primero, en identificar el origen que lo provoca. La causas del fanatismo son diversas y de diferentes dimensiones (culturales, económicas, psicológicas, etc.), pero es decisivo ser conscientes de que las relaciones socioculturales en las que asentamos nuestra formación permanente desempeñan una función clave. La familia, los colegios, los medios de comunicación de masas y las instituciones de las que formamos parte establecen unos modelos de comportamiento que reproducimos y que pueden variar en apoyo de estructuras que promueven más o menos fanatismo o, por el contrario, más o menos libertad.