La televisión y las redes sociales, como plataformas de evasión y promoción de la sociedad de consumo, son el reflejo más claro del entorpecimiento y olvido del diálogo filosófico. Lo que no quita que hoy exista y pulule más información sobre filosofía que nunca. Pero el problema radica no en la cantidad de información sino en la forma exponerla. La sabiduría surge no ante mucha información, sino ante la correcta interpretación y buen uso que se hace de la información. La sabiduría filosófica y el debate que ésta promueve reivindica un diálogo no sólo racional sino, sobre todo, ético y moral en el que al hablar con los demás nos reconozcamos a nosotros mismos y somos capaces de desarrollar el bien que todos buscamos. Esto es, en el diálogo que establecemos con los demás necesitamos exigirnos desarrollar una actitud en la que se busque el bien común, la búsqueda de un acuerdo en el que reconozcamos el bien de todos, o sea, que mis intereses deben coincidir con los de mis conciudadanos para afianzar el bien común en tantos ámbitos como sea posible.
En la actualidad, el debate filosófico sobre el bien común que exige el compromiso y complicidad de los ciudadanos particulares y de sus comunidades (familias, grupos de amigos y de convivencia) está siendo relegado y sustituido por otro “bien común” diseñado por élites de tecnócratas cuyo eco se repite permanentemente a través de noticias y anuncios publicitarios mostrándonos “un bien común” diseñado por gobiernos y estructuras financieras con intereses egoístas. Unas élites y unos medios de comunicación de masas que promueven la polarización social, la violencia, una crisis ecológica sin precedentes, el enriquecimiento de grupos criminales relacionados con las drogas, mafias, armas, tala de selvas, etc.
Los temas de conversación y la manera de entender lo que se debate que promueve la forma de cultura contemporánea entran dentro del marco tecnológico de las pantallas televisivas, de ordenadores, móviles, etc., son temas sugeridos por una cultura de evasión consumista, enajenada, (que abandona su responsabilidad y autoridad sobre su propio destino y el de su cultura), amoldándose a lo que se le ofrece, sin debate filosófico, sin crítica activa, menoscabando dos de nuestras capacidades esenciales como seres humanos, una, la del diálogo y, otra, la de razonar con rigor y de forma crítica por nosotros mismos para promover nuestra libertad e independencia como sujetos individuales, para afianzar una forma de vivir tan exclusiva del ser humano como valiosa y efímera, que nos exige aprovechar el diálogo y la razón que fomentan la sabiduría para vivir con dignidad.
Siguiendo tanto la reflexión de Neil Postman en torno al efecto de las nuevas tecnologías sobre las sociedades contemporáneas, como la fe ética en el bien común defendida por Amos Oz, encontramos dos impulsos para afrontar las dificultades cotidianas como ciudadanos de nuestras comunidades y del mundo. Ambos autores nos animan, por un lado, a ser conscientes de cuáles son nuestros problemas prioritarios y a resolverlos a base de acciones concretas y cotidianas impulsadas por los propios ciudadanos y, por otro, alentándonos a promover un tipo de debate que aúne a las personas en torno a la necesidad de conversar y argumentar sobre esas cuestiones prioritarias que representan el bien común que identifica y consolida las sociedades y las culturas. Un bien común que representa el pilar esencial de la convivencia, de la política, de la ética, del derecho, de la ciudadanía, de la espiritualidad y que se convierte en filosofía en tanto es capaz de manifestarse como diálogo que busca la sabiduría, esto es, la verdad que se asienta sobre nuestro compromiso con la libertad de todo ser humano.
Desarrollar cualquier tipo de debate filosófico que afiance el bien común, independientemente del tema que se abarque, exige plantearnos algunos de los problemas que dificultan la propia conversación. La forma de presentar la comunicación a través de la televisión y las nuevas tecnologías nos hace más pasivos, receptivos, está creando un tipo de cultura en la que hablamos menos de forma directa y presencial en nuestras actividades cotidianas. Las nuevas tecnologías promueven las compras, la educación, el trabajo, la comunicación desde nuestras casas y ordenadores, debilitando el poder de la comunicación presencial en la que se interactúa para resolver de forma natural los problemas que surgen en cualquier debate. En este sentido, las nuevas tecnologías favorecen una forma de vida más aislada, menos cooperativa y un tipo de personalidad más egocéntrica y narcisista que se enfada cuando alguien argumenta con una opinión diferente. En este caso, la dificultad que emerge en la conversación tiene su solución en los propios debates, puesto que se aprende a dialogar, a argumentar, haciéndolo.
En adición a lo señalado, me voy a referir a 8 ideas prácticas que puede ser conveniente tener presente para estimular el buen funcionamiento del debate filosófico que busca el bien común.
1. En primer lugar, necesitamos ser conscientes de que cualquier hecho relacionado con el ser humano suele estar rodeado de una extrema complejidad que envuelve una amplia red de elementos interconectados, como nuestra personalidad, edad, circunstancias familiares, económicas, ideologías, etc. Por tanto, no podemos estimular nuestra sabiduría existencial con respuestas parciales, demasiado generales o superficiales. Es interesante entender las problemáticas que debatimos en el ámbito de su complejidad para no autoengañarnos. Por ejemplo, si deseamos abarcar el problema del suicidio en los adolescentes no basta con señalar la causa del bullying, como habitualmente oímos en televisión, el problema es más complejo y diverso relacionado con la influencia de las nuevas tecnologías, la situación familiar, el déficit de psicólogos en la atención sanitaria pública, el modelo de éxito profesional y social que se promueve culturalmente y los propios gobiernos lideran a través de la construcción de leyes y políticas sociales y económicas.
2. Segundo, es bastante habitual confundir el significado de los conceptos que discutimos, que aluden a ideas generales, con el uso o interpretación que hacemos de ellos, conectados con percepciones subjetivas concretas. Por ejemplo, al debatir sobre temas como las ideologías conservadoras o progresistas, la justicia, Dios, la libertad, etc. Todos utilizamos los mismos conceptos aludiendo a un significado abstracto que de origen es el mismo, pero que de acuerdo a la interpretación, percepción y uso que nosotros hacemos de ese concepto de forma práctica le damos una connotación subjetiva diferente que el sentido que defienden nuestros contertulios, por tanto, da lugar a disputas que no llevan a ninguna parte. La solución está en especificar lo que cada persona entiende cuando hace uso de ese concepto; por ejemplo definiendo qué entiende por justicia o libertad. Es conveniente evitar las generalizaciones, y hacer preguntas específicas y precisas, y realizar respuestas concretas.
3. En tercer lugar, como señalábamos, la naturaleza humana es compleja, habitualmente compaginamos experiencias y actividades propias de diferentes ámbitos de la condición humana como lo religioso, lo científico, lo estético-artístico, lo literario, etc. Realizar juicios de una dimensión de la cultura, la que sea, como la ciencia basándonos en criterios propios de otra área como la religión es un error y viceversa. Los problemas y cuestiones científicas se resuelven con una aproximación y fundamentos científicos y, de la misma manera lo religioso. La biblia no es el lugar de documentar principios de carácter científico, ni la ciencia el área adecuado para resolver las cuestiones religiosas.
4. Cuarto, en los debates es valioso reconocer el hecho de que toda interpretación de la realidad está ligada a las circunstancias, capacidades y medios de los que disponemos (que no es la omnisciencia), de ahí que nuestras ideas nunca deberían presentarse como dogmas, verdades absolutas. Más aún, deberíamos ser conscientes que el propio debate nos ayuda a entender mejor la realidad y a reconstruir nuestro mundo. La verdad se encuentra en la propia dialéctica del cambio que nos muestra qué es la vida y la realidad. La verdad también está conectada con la racionalidad que guía nuestra argumentación, con el esfuerzo por evitar toda deformación irracional, visceral, emocional que ciega cualquier consenso basado en la sabiduría.
5. Quinto, la búsqueda del bien común, de la sabiduría, a través de nuestra argumentación requiere de humildad. La humildad nos anima a aprender más y mejor, a corregir nuestros fallos, a ser conscientes de lo efímero de nuestras opiniones y de la necesidad de seguir buscando la sabiduría y la libertad durante toda la vida. La humildad promueve la actitud liberadora de todo autoengaño narcisista y nos recuerda que siempre tendremos que luchar contra la esclavitud interna y externa que permanentemente se ejerce contra nuestra identidad como sujetos libres y responsables de nuestro destino.
6. Sexto, no puede haber debate filosófico sin respetar a los demás que intervienen en la conversación. No se puede manipular, engañar, difamar, ridiculizar al contrincante o sus posiciones. Es necesario pensar que podemos aprender incluso de las equivocaciones propias y ajenas. El debate es una actividad comunitaria que requiere impulsar el respeto mutuo y la voluntad común de aportar lo mejor de cada uno para conseguir lo adecuado para todos. Lo qué comunicamos y la forma de comunicarlo dice tanto más de nosotros que lo que nosotros decimos de la realidad o sobre los demás.
7. Sétpimo, es necesario evitar un uso maniqueo de nuestras argumentaciones valorando temas en disputa como buenos o malos, sin términos medios o grados. Sólo los actos de las personas se pueden considerar buenos o malos. Ni la tecnología, ni la religión, que en sí son entidades abstractas, ni ningún objeto concreto, como un ordenador o un móvil son malos o buenos por sí, sino que el bien o el mal radica en su uso, en cómo los utilicemos.
8. Y para finalizar, octavo, la honestidad, el espíritu inconformista, aprender a escuchar a los demás, esforzarnos por ser claros y precisos, la actitud crítica ante las apariencias, estereotipos y supersticiones, el realizar preguntas adecuadas que nos ayuden a centrarnos en el tema, y el convencimiento de que nuestra actividad dialogante es importante para nuestras vidas y la promoción del bien común son otros tantos puntos a tener presentes.