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24 de Julio, 2024 · General

Igualdad y libertad en la diferencia: un reto ético universal


¿Te has preguntado alguna vez cuál es el trasfondo ético de los derechos humanos? ¿Sabías que el primer artículo de la Derechos Humanos, de 1948, contiene un fundamento realmente hermoso, de gran interés, poder argumentativo y apasionante sugestión para la filosofía que se embarca en las aguas de la ética, antropología y el derecho? 

El primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos humanos afirma que Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Estas afirmaciones contienen un trasfondo ético que muestra en qué consiste el bien de la humanidad y nos motiva a actuar moralmente, esto es, a comprometernos a actuar correctamente imponiéndonos la responsabilidad de “comportarse fraternalmente los unos con los otros”. 

Por cierto, ¿sabías que fraternal significa entre hermanos, y que en este contexto alude al valor de la universalidad que une a todas las personas a pesar de las distinciones y separaciones étnico-culturales, estatales, políticas, etc.?

La ética tiene que ver con esa conexión que une la voluntad libre individual de cada persona con el reconocimiento universal de “todos los seres humanos” o de “la humanidad”. Es fácil encontrar en el repertorio ético valores como la empatía, que nos invita a “ponernos en el lugar de los otros” para entenderlos mejor, y la dignidad, que  hace referencia al valor inherente de cada ser humano concreto por el simple hecho de serlo, en cuanto ser dotado de libertad. Con otras palabras, la reflexión y comportamiento ético-moral nos impone la condición o requisito de reconocer la humanidad, la dignidad, a todo ser humano.

Esta conexión entre la percepción de lo universal en lo particular, esto es, que, de alguna manera, cada individuo porta la humanidad en sí mismo, es algo que ya se refleja en la literatura del siglo VI a.C. con el principio de Confucio que aconseja: “no hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a ti”; en el famoso proverbio latino de Plubio Terencio Afro del siglo II a.C., que dice: “soy un hombre, nada de lo humano me resulta ajeno”; también en el principio cristiano que sugiere: “ama al prójimo como a ti mismo”; y ya en a finales del siglo XVIII, en la filosofía de Immanuel Kant que nos proponía unir la voluntad personal de cada individuo con la razón universal de todos a través de su principio ético “nunca utilizar a una persona como un simple medio o cosa, sino, más bien, considerar a todas las personas sin excepción como fin en sí mismas”.

Parece fácil comprender que cualquier hecho que suceda a un ser humano nos afecta a todos. De ahí que podamos deducir que, por ejemplo, al ser indiferentes ante el asesinato de periodistas que denuncian crímenes de inocentes, de alguna forma, colaboramos con esos crímenes, facilitamos que los asesinatos se repitan y, de igual manera, lo contrario, si actuamos en contra de una injusticia, contribuimos a que eso no vuelva a suceder. 

Ahora bien, a pesar de todo lo anterior, tenemos que fijarnos en un fenómeno obvio: a lo largo de la historia, en las diferentes culturas, el egoísmo ha mantenido un pulso contra la pretensión ética de afianzar el bien en la voluntad humana, y es fácil reconocer las innumerables injusticias, asesinatos de inocentes, guerras, colonialismos e imperialismos político-económicos basado en deshumanización y crueldad, genocidios, esclavitud, tortura, manipulación, discriminación y exclusión; en otras palabras, sufrimiento provocado por el egoísmo de personas concretas y de sociedades que siguen entramados culturales sostenidos en la violencia, el odio y la sumisión de unas personas frente a otras.

En parte, toda esta maldad se justifica negando la condición ética del reconocimiento de la universalidad de la dignidad humana, rechazando una actitud empática que defienda la igualdad de derechos a pesar de las diferencias particulares de cada individuo y pueblo. Esta maldad a la que me refiero se sostiene a base de sostener privilegios atribuidos a rasgos personales del tipo de ser emperadores o faraones, y, también, a patrones generales socioculturales o étnicos, como reclama el supremacismo nazi o de otras ideologías.


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La argumentación que Leopoldo Zea desarrolla en su obra Filosofía de la Historia Americana, nos ayuda a defender el primer artículo de La Declaración Universal de los Derechos Humanos, Zea comenta literalmente:  "Todo ser humano es igual a cualquier otro ser humano. Y esta igualdad no se deriva de que un hombre o un pueblo puedan ser o no copia fiel del otro, sino de su propia peculiaridad. Esto es, una persona o un pueblo, son semejantes a otros por ser como ellos, distintos, diversos. Diversidad que lejos de hacer a los hombres individuos más o menos seres humanos, les hace semejantes. Todo ser humano o pueblo, se asemeja a otro por poseer una identidad, individualidad y personalidad. Esto es lo que hace, de los seres humanos, personas, y, de los pueblos, comunidades humanas. Es este peculiar modo de ser de las personas y de los pueblos el que debe ser respetado. Negar o regatear tal respeto será caer en la auténtica barbarie, la del que pretende rebajar al ser humano considerándolo cosa, la del que pretende utilizar a otro ser humano, o pueblo, y la de quien acepta ser utilizado". 

En este razonamiento, Leopoldo Zea defiende el reconocimiento de la diversidad y peculiaridad de cada persona y pueblo no como una traba para la igualdad, sino todo lo contrario, como un fundamento ético que impulse la dignidad, libertad y reconocimiento de todos, como defiende el primer articulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.


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En el siglo XXI, en un mundo global que reaviva la crueldad del egoísmo salvaje a través de guerras e ideologías presidencialistas, populistas y totalitarias que promueven mentalidades etnocéntricas y la luchas tribales que polarizan y enfrentan a la sociedad identificando “lo diferente, heterodoxo, alternativo, diverso” como una amenaza a la seguridad general de la comunidad” y utilizan los medios de comunicación de masas para difundir actitudes antidemocráticas, un tipo de manipulación que erosiona la libertad individual, que favorecen la intolerancia ante la diversidad, y la violencia y crueldad como formas de resolver los problemas. Ante todo esto, es necesario defender la actitud ético-moral de reconocer la necesidad de “comprometerse de forma solidaria unos con otros” valorando positivamente la humanidad, libertad y riqueza que aportan las sociedades y culturas incluyentes y democráticas. 

El objetivo de la ética es hacer que nos cuestionemos y resolvamos el problema moral de cómo lograr el bien de la humanidad y esa tarea, según ha dejado escrito Fernando Savater en su artículo Hacia una ciudadanía “caopolíta”, dentro de su obra recopilatoria Despierta y Lee, comenta cómo en cualquier cultura, especialmente desde una mentalidad democrática, cada ciudadano es un huésped de todos los demás. Desarrollar lo mejor de nuestra sociedad y de nosotros mismos como ciudadanos nos exige acoger a las demás personas como si fueran otros “yo” identificándolos con la gran patria de la humanidad.


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En la actuación moral que llevamos a cabo al relacionarnos con los demás todas las situaciones resultan excepcionales y peculiares porque, como se suele decir: “cada persona es un mundo” y cada circunstancia requiere una atención especial, de ahí que la libertad de actuar y las circunstancias nos convierten a todos y a nuestras acciones en irrepetibles y únicas. La humanidad y los individuos concretos que defiende la ética, superando las hostilidades y diferencias, ponen su libertad al servicio de la libertad de los otros, provocando lo que Fernando Savater llama “camaradería vital que nos emparenta con nuestros semejantes” que se alegran y sufren en las mismas situaciones que nosotros.

Para terminar, te presento una cita recogida del ya mencionado artículo de Fernando Savater, se trata del epitafio escrito unos cien años antes de Cristo, que el poeta sirio Meleagro de Gádara compuso para sí mismo y dice así: “La única patria, extranjero, es el mundo en que vivimos; un único caos produjo a todos los mortales”.  ¿Qué opinas de lo que comenta? ¿Estás de acuerdo? ¿Por qué? Te invito a que dejes un comentario mostrando tu opinión en torno este epitafio, la cuestión de la dimensión ética del primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos o sobre lo que más te interese de lo comentado en el vídeo.

publicado por crespocabornero a las 07:08 · Sin comentarios  ·  Recomendar
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